Migrantes: otra grieta
Las personas migrantes moldearon la identidad de nuestro país. Es necesario tener una mirada abierta y plural sobre la cuestión migrante. Por Claudio Romero
Por Claudio Romero
Legislador de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
Desde los albores de la historia argentina el movimiento inmigratorio tuvo mucha trascendencia. Pocas veces se menciona, por ejemplo, que cuatro figuras centrales de la Revolución de Mayo de 1810 como Antonio Beruti, Juan José Castelli, Manuel Alberti y Manuel Belgrano eran hijos de italianos. O que un irlandés y un francés, Guillermo Brown e Hipólito Bouchard, dieron su vida por nuestra independencia.
Entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, millones de migrantes españoles, italianos, alemanes, irlandeses, árabes, británicos, franceses y vascos, entre muchas otras nacionalidades, llegaron a nuestras tierras. En el centenario (una época que, por buenas razones, el actual gobierno celebra), casi un tercio de la población total había nacido en el extranjero. Decir que vinieron a “hacerse la América” es engañoso: más que riquezas, buscaban una nueva vida, un poco mejor que en sus países de origen.
Los movimientos migratorios pasaron a ser en los últimos años un tema controvertido y complejo, que genera una grieta en los países receptores. Es un fenómeno global. Argentina no es la excepción. La xenofobia con que se aborda el tema por parte de gobernantes y movimientos “modernos”, presos de la inmediatez de las comunicaciones, pone de manifiesto que el modelo de país no se sostiene más a partir del sentimiento, sino por el contrario, a partir del resentimiento. Algunos datos que ilustran el punto, vinculados a agendas en las que los migrantes son vistos negativamente: de acuerdo a la última información disponible, menos del 1% de los egresos hospitalarios corresponden a extranjeros sin residencia en el país. En la Ciudad de Buenos Aires la proporción es aún menor. En el Hospital Garrahan, principal centro de salud pediátrica de América Latina, los extranjeros representaron apenas el 0,48% de todas las modalidades de atención en 2024. Por otro lado, pese a la identificación que se intenta instalar entre migrantes y delito, la población carcelaria nacida en el extranjero es entre el 5 y el 6% del total, una proporción que se mantiene estable desde que existen registros y que es similar a la de migrantes en la sociedad argentina en su conjunto. En relación a la educación, los últimos registros indican que alrededor del 1,5% de los estudiantes de nivel primario y secundario son nacidos en el extranjero. En el nivel universitario, representan menos del 4% (y, en la Ciudad de Buenos Aires, aportaron la no despreciable suma de 389 millones de dólares, de acuerdo a un relevamiento de la Universidad de San Martín realizado en 2023).
Si, es cierto que hoy diversos hechos nos interpelan. No se trata de negar las preocupaciones genuinas de una parte de la sociedad sobre el tema, ni dejar de reconocer que hay problemas de política pública vinculados a las migraciones que hay que atender y solucionar. Al mismo tiempo, con planificación, las migraciones pueden convertirse en oportunidades para los países de origen, tránsito y destino. Basta ver lo que está ocurriendo en Estados Unidos, donde la persecución a migrantes indocumentados está generando serios problemas de empleabilidad en sectores tales como agricultura, hotelería y gastronomía, al punto que el Gobierno de Trump está evaluando cambios en su política migratoria.
Como estableció la CEPAL en distintos documentos, la migración es un fenómeno complejo en sus causas y en sus consecuencias. El ius migrandi (derecho a migrar) es una condición de la persona que se ha desarrollado a lo largo de la historia de la humanidad. El ser humano es un peregrino que se ha trasladado constantemente en búsqueda de mejores condiciones de vida. En nuestro país, la migración reciente proviene de países latinoamericanos. Son miles de historias de gente que escapa de dictaduras, de guerras, de situaciones horrorosas en búsqueda de un futuro prometedor, como hace más de doscientos años.
La Argentina en general, y la ciudad de Buenos Aires en particular, se nutren de una enorme diversidad social y cultural. Nuestro país creció con aquellos que llegaron con poco, pero con ganas de todo. No vinieron los más calificados ni los más idóneos: vinieron las personas que construyeron barrios, ciudades, oficios, ideas, redes y futuro. Personas que moldearon nuestra identidad como país. Por eso, debemos tener una mirada abierta, justa y plural que respete la dignidad de todos. Como imaginaron nuestros primeros constituyentes, tenemos que construir una matriz sobre la cuestión migrante que nos permita comprender el fenómeno, derribar prejuicios y pensar políticas públicas para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino.